jueves, 14 de octubre de 2010

Entre piezas anda el juego.

Se encontró de pronto sin tropas en un ajedrez perdido. No era más que Napoleón en Waterloo, el Rommel de Montgomery, la presa de un Barón Rojo. Musitó una excusa y quiso levantarse de la mesa, para así poder centrarse, en otra partida, en otra presa.
Pero Don Álvaro -que era el mismo que el de la fuerza del sino- le obligó, con su magnun niquelada, a terminar una derrota -para su gusto- desde el principio pronosticada.
Y lanzó, pieza por pieza, contra una barrera de alambre de espino; que muy eficazmente los peones habían trazado en el camino. Buscó su reina para recuperar su línea, pero se dio cuenta que había pedido fichas republicanas, y allí sólo había derechos y obligaciones ciudadanas.
Así que apretando su gin-tonic corroboró su abstemia, y trazando un arco replegó sus últimas piezas, en el rincón más oscuro, de los cinco, del tablero.

Sólo le quedaban un caballo tordo, y otro negro, un perro azul, algo de dinero y una torre sin ladrillos, sólo tejas.

Por no tener no tenía ni bandera blanca con la que rendirse.

Así que enjugando las lágrimas, apuntó en la pizarra de las victorias, una nueva derrota.

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