miércoles, 20 de octubre de 2010

Los genios de altura, mueren en el aire.

Klaüs Von Frei amaba volar; sentía desde niño la imperiosa necesidad de surcar el aire y sentirse libre. A ello se le unía su pasado aristocrático (su abuelo fue vizconde de un pequeño territorio de Renania) y por ello la voluntad de sentirse como un caballero andante.
Todos estos eran motivos suficientes para alistarse en la poderosa Luftwaffe. Se licenció con honor en la academia de Vuelo de la Bundesluftwaffe, y tras algunos destinos menores como enlace, se le asignó, por fin, una ubicación de altura, la Luftflotte 3, escuadrón 388, Normandía.


La vida era todo lo tranquila que podía ser la vida en un territorio ocupado. Francia era un pais de tiempo clemente, buen vino y mujeres guapas. Además había un placer, que Von Frei, amaba por encima de lo anterior: leer.


Leía en francés, alemán y polaco, incluso se atrevía con versos del español Lorca. Pero había en Normandía una lectura, que era por todos admirada, al menos entre los caballeros del aire. Un tal Antoine de Sant Exupery, escribía textos deliciosos sobre los pilotos, el amor a volar y la aventura. "Vuelo nocturno", "Piloto de guerra"... "El pequeño príncipe"


Eran textos ligeros, de profundo sentimiento, de una expresividad, que sólo alguien que se jugaba la vida sobre corceles de acero, podía expresar.


La vida entre aviadores, fueran del bando que fueran, era extrañamente diferente a la del resto. Cultos, altivos, seductores; los pilotos eran reflejos plateados de caballeros de otros siglos, eran portadores de honor, extintas piezas de combate caballeresco. El rugir de un monoplaza, el restallar del plomo sobre el fuselaje, el humo, la velocidad, la clemencia y la ira; eran el alimento de los que espolean nubes.


Y en medio de este huracán de sensaciones, se hallaba inmerso Von Frei, aquella mañana nubosa del 31 de julio de 1944. Otto Bergman, estaba enfermo, y el destino quiso que Klaüs, voluntariamente acudiera a sustituirlo. Y ahora él -y no otro- se hallaba en la carlinga del caza...
Andaba ojeando con cuidado, parrafos subrayados de una más que releida edición francesa del "Pequeño príncipe", disfrutaba del texto a la vez que miraba el cielo en busca de nada.


Súbitamente, tras una nube, observó la cola de un P38. Dejó caer el libro en el interior de la cabina y tomó velocidad. Sí, era un P38, de esos americanos que pilotaban ingleses y franceses.
Apuró al máximo el acercamiento, y se situó tras el confiado avión aliado. Klaus tomo aire.
Sujetó con firmeza la palanca y el disparador. Con la otra mano se persignó.


Escupió fuego sobre el enemigo, y vió el metal saltar en volutas de humo sobre las alas, la cola, la cabina...


El siniestro ulular del derribado dejó, una estela negra en el aire; una victoria más en la Luftwaffe; y un escritor menos en la biblioteca de la historia.


Aurevoir Antoine...


*Aúlla.

jueves, 14 de octubre de 2010

Entre piezas anda el juego.

Se encontró de pronto sin tropas en un ajedrez perdido. No era más que Napoleón en Waterloo, el Rommel de Montgomery, la presa de un Barón Rojo. Musitó una excusa y quiso levantarse de la mesa, para así poder centrarse, en otra partida, en otra presa.
Pero Don Álvaro -que era el mismo que el de la fuerza del sino- le obligó, con su magnun niquelada, a terminar una derrota -para su gusto- desde el principio pronosticada.
Y lanzó, pieza por pieza, contra una barrera de alambre de espino; que muy eficazmente los peones habían trazado en el camino. Buscó su reina para recuperar su línea, pero se dio cuenta que había pedido fichas republicanas, y allí sólo había derechos y obligaciones ciudadanas.
Así que apretando su gin-tonic corroboró su abstemia, y trazando un arco replegó sus últimas piezas, en el rincón más oscuro, de los cinco, del tablero.

Sólo le quedaban un caballo tordo, y otro negro, un perro azul, algo de dinero y una torre sin ladrillos, sólo tejas.

Por no tener no tenía ni bandera blanca con la que rendirse.

Así que enjugando las lágrimas, apuntó en la pizarra de las victorias, una nueva derrota.

jueves, 8 de abril de 2010

Bellum



Miró a su alrededor...
Todo era desolación. Respiración entrecortada.
Todo era muerte. Respiración entrecortada.
Todo era destrucción. Respiración entrecortada.

La sangre batía con furia en su cabeza. Los pulmones le ardían y la humedad se hacia patente en cada hueso, en cada músculo, en cada resquicio de su cuerpo. El fango era abrigo; la roca, escudo y su misera, alimento.
Ni siquiera el mismo parecía ser algo vivo, o por lo menos, digno de vivir. Había combatido desde las Ardenas, hasta Ypes; desde Somme, hasta su tumba de Verdún. Era hijo de Marte, un guerrero, y no conocía más de la vida, que la guerra. Triste honor.

Al principio era por Patriotismo; combatió con fuerza. Luego por odio; combatió con fuerza. Luego por venganza por los caídos; combatió con fuerza.
Ahora, solo en la trinchera, comprendió que su vida debía finalizar. Su Patria, arrasada. Su odio, aplacado. La venganza, imposible.
Así que decidió morir.
No se entristeció. El frío desapareció, la respiración se normalizó.
No se entristeció, él había podido elegir cuando morir. Los soldados no tienen ese honor, eso lo deciden los generales y los gobernantes. Ellos sólo pueden cumplir órdenes, pero no elegir cuando morir. Se alegró incluso, porque se dio cuenta de que jamás había odiado a los tommys (apodo despectivo para los sold. ingleses), si no a sus propios generales y al Káiser.
Su protesta ante aquella guerra, sería elegir cuando morir. Ese sería su acto de condena. Si, ese sería.

Puestos a morir, hagamoslo como un soldado. Desentumeció sus piernas, arregló su casaca, limpió lo mejor que pudo el barro y se aclaró la cara. Se colgó el fusil al hombro, y con paso decidido y firme -como quien marcha orgulloso en un desfile- salió de su baluarte y enfiló las lineas enemigas.

A pocos pasos de su trinchera, cayó al suelo, solo, con el pecho abierto. Hace frio.


"Carta a la señora Wölfang:

Su hijo, el sargento Diedrich Wölfang von Hataussen. Falleció el 10 de diciembre de 1916, en la heroíca carga del sexagésimo cuerpo de infantería contra posiciones enemigas, murió junto con sus compañeros defendiendo suelo Alemán, consiguiendo recuperar un baluarte que [...]"


Mierda, no han entendido nada. Después de todo. Morí como ellos quisieron.

Aúlla*

martes, 6 de abril de 2010

Id a Galilea...

-No tengáis miedo; id a anunciar a mis hermanos que vayan a Galilea: allí me verán.
Mateo 28:10

Cuando te sientas solo, no te refugies en ti mismo, ve a Galilea.
Cuando la enfermedad te acose, no te rindas, ve a Galilea.
Cuando tu comunidad se distorsione y pierda el sentido de Dios, no huyaís, id a Galilea.
Cuando creas que tu taza ya está llena, compra cien más y,ve a Galilea.
Cuando tu orgullo te impida perdonar al hermano, id a Galilea.
Cuando cuides más tu cabello que tu corazón, ve a Galilea.
Cuando tu vida sea un ritmo frenético, detente, ve a Galilea.

Allí le vereís.


Aúlla*